Hoy se cumplen 50 años de la famosa frase de Martin Luther King “I have a dream”. Como pescadores decir que todos hemos tenido el sueño de ese rato de pesca, que vamos engatillando capturas una detrás de otra sin parar. No sé por donde he oído que lo peor de los deseos es que se te cumplan y algo así me ocurrió a mí el pasado miércoles.
Nunca pensamos en ello, seguros como estamos de nuestros méritos y sabiduría, pero la fortuna, el azar, el destino o como le queramos llamar es ingrediente fundamental en esto que llamamos pesca, y no es nada desdeñable su importancia, a la par que decisiva en el balance final del resultado obtenido.
El desarrollo de los hechos tuvo cierto aire de casualidad y procedo a su relato:
No tenía pensado para nada ir de pesca ese miércoles, eran otras los planes. A mediodía recibo una llamada de mi padre que me indica si puedo hacerle un recado por la tarde, en un lugar de paso hacia un coto truchero próximo. Como tenía que estar en casa a las ocho y media rápidamente realizo un plannig que consistía en recado a las cuatro y media que es cuando abre el establecimiento, cinco y cuarto en el río, rápidamente cambiarse y para el agua, retirada a las ocho menos cuarto, cambio de ropa y a las ocho y media de nuevo en casa. Perfecto, todo cuadra a la perfección ¡mira por donde voy a disfrutar una mini jornada de pesca! Dos horitas, una “manga de competición”. El horario cuadraba. Bien, como he dicho el lugar escogido está acotado con lo que previo a todo este guión paso por la pagina web de la Xunta para emitir y pagar el coto que me permita no ir de furtivo. El lugar responde a los criterios de cercanía a Lugo (20 minutos en coche), río con truchas (o al menos se le supone) y un denso túnel de vegetación que me va a proteger del calor reinante. Al menos voy a estar a remojo y a la sombra con lo cual estos calores estivales serán menos agobiantes.
Siguiente cuestión, no me voy a romper la cabeza en exceso, porque no tengo tiempo que perder. No he pescado este año mucho con el escarabajo, o como le llamamos por aquí, el bicho, y es lo que voy a emplear y probar los modelos de este año, así que caña de 8,6 ‘ y línea 3. Modifico el bajo, al tramo del 18 le ato como una braza del 16 (sí, sí, no hay error, un 16) y el escarabajo, en este caso caparazón marrón y cuerpo del mismo color también con brinca oro. Camino unos cinco minutos río abajo para coger un meandro del mismo y subir un poco más arriba de donde he dejado aparcado el coche.
El río por donde accedo está completamente tapizado de algas, es un curso verde o lo que queda de este color después de los calores estivales, y en el primer “charco” de agua que me encuentro, observo que se ha movido un pez. Lanzo, mal por supuesto, muy descontrolado debido sin duda a falta de mecánica de lance –lo de la pesca al hilo obviamente no nos puede salir gratis- y el escarabajo cae en las algas, lo arranco de un tirón (aquí es donde se justifica el hilo del 16. Menos sería dejar muchos bichos perdidos en estos ligeros enganchones entre las algas) y de nuevo lanzo, y esta vez, aunque de manera torpe, sí logro que impacte en el agua, aunque no donde yo quería…
Pero, y esta es la magia del bicho, la trucha ha sentido el golpe y se lanza en pos de la imitación, surgiendo de la calma de la postura una estela similar a la de un torpedo que impactará sobre un navío. Efectivamente, una estruendosa tomada rompe el agua, templo un segundo y clavo ¡primera captura! No es como en la pesca del salmón y el archiconocido Good Save the Queen antes de clavar, pero sí al menos mentar a Queen sin duda nos ayudará. Con ello quiero decir que si clavamos inmediatamente después de la tomada, casi con seguridad estaremos arrancando la imitación al pez; tengo la impresión que la trucha primero “mata” al insecto para luego, debajo de la lámina de agua, tragarlo y comerlo. Por eso debemos pensar en Queen y luego clavar, y aún así vamos a fallar un número estimable de clavadas, no vamos a saber discernir a ciencia cierta el rechace de una picada.
Volvamos al relato de los hechos. En los primeros momentos tres truchas, y dos o tres rechazos más. Cambio a bicho negro y disminuye notablemente los ataques. Coincide con un tramo de aguas un poco más profundas (más o menos un metro de agua por una orilla y metro y medio – dos metros por la otra), una trucha a la mano. En la falda de este pocete donde empieza a escasear el agua y donde el calado ahora son cuatro dedos de agua, cambio a un escarabajo verde, y empiezan picadas en prácticamente cualquier rasera. Pozas de poco calado daban trucha sí o sí, y se veían estelas hacia el bicho que parecía una lluvia de estrellas fugaces, y una captura, y otra, y otra más… en pleno frenesí de capturas vuelvo al escarabajo negro, y se para casi en seco los ataques, uno solamente y al fallar la clavada lo envío a lo alto de un árbol. Nunca me vino mejor perder una mosca, vuelvo al verde y se reanuda el festival con otros quince minutos de vértigo con ataques y capturas continuas. Un fallo al clavar y de nuevo la captura de un árbol de la orilla que se quedó con el escarabajo y para casa, que hemos quedado ¡encima voy a cumplir horario, lo nunca visto!
En resumen, dos horas y poco de pesca y, digamos que unas dos docenas de truchas de las cuales la última docena en menos de media hora.
¿la felicidad plena? Pues aunque suene raro, mi respuesta es no.
Al final, a la vuelta hacia Lugo conduciendo le di vueltas a lo que me acabada de suceder. Cuantitativamente sin duda el mejor día de temporada, muchas truchas con un ratio de capturas espectacular, diría que una trucha cada cinco minutos. Cualitativamente ni mucho menos fue el mejor día de pesca. En realidad se reducía casi todo a una mera cuestión mecánica -lance, Queen, trucha, otra poza distinta, lance, Queen, trucha –. Muchas capturas sí pero faltaba la emoción del fracaso, de saber que ahí está la trucha y no coge la imitación y nos exprime como pescadores obligándonos a poner en el río toda nuestra sabiduría, a cambiar de mosca, a alargar el bajo, colocarnos correctamente, lanzar y posar de manera sutil… es decir, el goce de los preliminares conteniendo la adrenalina que nuestro cuerpo genera y a sabiendas que si algo ejecutamos mal no la vamos a capturar, y en las siguientes posturas lo más probable es que no ocurra nada. En una palabra, la emoción del lance que rompe una rutina mecánica, la excepcionalidad de un acontecimiento como es una picada y el disfrute de una captura. Pensemos en la magia de la lucha de una pintona que hemos clavado lejos, debajo de unas ramas y cómo lucha por no ser vencida, que nos infla de orgullo y nos deja pensando lo buen pescador que soy, que he logrado engañarla.
Ese miércoles, y ese frenesí lo que me plantea es si no habrán sido las truchas las que se han puesto a comer en loco frenesí, sin discernir los méritos del pescador. He sido yo porque por casualidad estaba allí, pero ¿ hubiese podido ser cualquier otro? Me vine con esa cavilación en la cabeza y me temo que la respuesta hubiese sido que sí, trucha arriba, trucha abajo cualquier pescador hubiese culminado el “destroce” por mí perpetrado. Luego han sido otros factores y no mis méritos los que han decidido. Adiós a mi ego como excelso pescador.
Son sin duda las hieles del triunfo.