No para de llover. Según he oído en la radio acabamos de dejar atrás el mes de marzo con más precipitaciones desde el año 1947, lo que hace que los ríos vayan henchidos, con una corriente de agua como hacía años que no se veía.
Agua que es vida, agua que hace que tenga el río un murmullo que apaga ruidos de la civilización, hace que no se oiga el rumor de la autovía lejana y sí la música del rabión que comienza en la presa. Agua limpiadora de los desmanes humanos, que en forma de espumas cubren los bordes de los remansos y portadora del ciclo natural de vida y muerte de la vegetación de ribera, como la plaga de nuestros abineiros que, muertos y secos navegaban en las crecidas como barcos fantasmas hasta varar en alguna presa.
Agua que remueve las raíces secas de los árboles muertos, erosionando la tierra y que conformará una nueva línea de ribera que será colonizada por otras especies vegetales o nuevos miembros de la flora existente.
Al fin y al cabo, me alegra ver así nuestra cuenca hídrica en el mes de marzo y abril, no al escuálido cauce del año pasado, que sí, para pescar a mosca era caudal ideal, pero no era lo que los ríos demandaban. Ver la lámina de agua que anega los prados aledaños, que los cubre durante jornadas enteras, mientras el centro del cauce semeja un punto inaccesible a nuestros señuelos e imposible para que un pez pueda encontrarse cómodo me produce la misma sensación que cuando veo madurar mis cerezas, no sirve aún pero lo que me espera puede ser aún mejor. También y pensando especialmente en el salmón hay agua de sobra para que los zancados puedan bajar al mar con comodidad, sin acumularse como hace unos años en la presa de Piago Maior y otros puntos similares de los cauces salmoneros, y que a su vez los vernales y abrileños puedan subir a los pozos superiores.
Agua benefactora, que engorde los manantiales, y que nos sostenga a los ríos durante el estío con más porte del que presentaban estos años
¿y los mosqueros?
Utilizando un símil los mosqueros ahora mismo somos como los abineiros, arrastrados por el agua y depositados donde el cauce del río nos conduzca. Los más optimistas , intentando de modo terco encontrar un remanso donde se pueda tirar nuestras ninfas con la esperanza de buscar la compasión de una trucha despistada, o intentar la siempre arrinconada pesca con el estrímer; los más prácticos, quedándose en casa, rellenando las cajas con las moscas que cubrirán el resto de temporada.
A mí se me abre una nueva vía, que no es que esté muy bien vista por el colectivo “mosquero”, pero que a mí me gusta y me llena. Ante este escenario he hecho lo que hice toda la vida, rio alto y revuelto, pescar a lombriz, o como he llamado toda la vida, a mioca.
Parece que desde hace unos años o te haces mosquero o perteneces a una casta inferior. Nos gastamos un aire de superioridad basado a mi entender, en la cantidad de dinero que hemos invertido en caña, carrete, vadeador, complementos varios, todos obviamente de marca (y cuanto más cara mejor). Este dinero de algún modo hay que compensarlo, y de manera subconsciente nos carcome las entrañas que algo tan básico como una caña, hilo, plomo y anzuelo y un bicho que podemos encontrar en la huerta pueda sacar más truchas que nosotros con nuestro carísimo equipo.
Por otro lado nos hemos convertido en paladines de la pesca sin muerte, como si la figura del mosquero fuese unido al captura y suelta, cosa que no siempre es así. Cierto que la gran mayoría de pescadores que practican el captura y suelta (yo me aventuraría a decir que más de un 90%) pertenecen al colectivo mosquero, aunque también hay bastante “depredador” y que no perdonan ni una, por mucho Simms que les adorne. Convenimos entonces en que la generalización es mala. Cierto es que, por parte de los mioqueiros se aprovecha un poco de las circunstancias especiales del río para “intentar sobrepasarse en el cupo” pero también hay gente cumplidora de las normas entre los ceberos. Otra leyenda entre los mosqueros es que el cebo natural la trucha traga muy al fondo y se le destrozan las agallas. Bueno eso será si el pescador quiere. También me tiene ocurrido de tener que desclavar ninfas en las agallas. Las técnicas no son mejores ni peores, somos los pescadores los que las hacemos buenas o malas.
Descripción del pecado
Básicamente, y aunque todos en alguna ocasión cuando comenzábamos hemos pescado al “quieto parado” es decir, tirar la caña en un remanso del río a esperar a que piquen, a pesar de lo que pueda parecer, la pesca a mioca es una pesca bastante técnica. Resumiendo se basa en colocar la lombriz allá donde intuimos que pueda estar aposturada una trucha a la espera de comida; ¿acaso si hago una descripción de la ninfa a polaca o con un tándem no sería lo mismo?
En las grandes crecidas de estos días con los ríos por los prados, buscaremos esos remansos donde las raíces de los árboles rompen la fuerte corriente y crean zonas de depósito de aluviones, entre este material que transporta el río, aportará anélidos, que con la lluvia han salido a la superficie y se han visto arrastrados por el agua hacia los cauces . Ayudados por unos plomos que nos permitan controlar la línea depositaremos el cebo que iremos guiando al son que nos marque los remolinos de agua, buscando esas zonas de depósito, e iremos guiando nuestra línea intentando adaptarnos a las distintas venas de agua para dejar que la mioca sea vista por la trucha y esta la coma. En ese momento vamos a sentir un toc, toc que recorrerá todo nuestro cuerpo, muy bien definida por nuestros vecinos franceses que la denominan pêche au toc. Después de tantos años soy incapaz de decir si se siente en el dedo, la mano en la cabeza o donde, lo cierto es que esa sensación de cuando pica un pez es muy, pero que muy plausible.
Cuando el río baja un poco, seguiremos las líneas de corriente, intentando lanzar el cebo más hacia el medio del río y haremos correr el cebo ayudados por el empuje de la corriente sobre el hilo. Fundamental el control que aportemos a la línea, ni mucho para que tense y nos eleve el cebo, ni poca para que no camine éste y se nos enrede en cualquier parte del fondo. Y creerme que no es ni mucho menos fácil. Esto sólo lo conseguiremos perdiendo una buena cantidad de plomos y de anzuelos, es fruto de horas y mas horas de río.
Un ejercicio de añoranza
La mioca tiene para mi otro componente sentimental difícil de disociar de su práctica. Soy sin duda el mejor mosquero de mi pueblo, también el único, que todo hay que decirlo. Me siento como un pionero, y me ven como un bicho raro. Eso de meterse en el agua y subir río arriba y con ese sedal de color chillón tan grueso no es que precisamente esté bien visto por el resto de pescadores locales… Igual se puede decir de la rapala, “invento” relativamente reciente que todavía no dispone de una segunda generación de pescadores.
Con la mioca es distinto,más digámoslo así “tradicional”. Hay hasta sagas de mioqueiros, que han ido transmitiendo sus conocimientos y su saber a hijos y nietos, es un enganche intergeneracional. En mi caso concreto, es una pesca que podemos pescar a la par, en igualdad de condiciones mi padre y yo, el alumno intentando superar al maestro, y mi padre sentirse pescador de igual a igual ante el moderno de su hijo.
Es un rebuscar en el baúl de las añoranzas, de poner el cebo en esa postura o como de pequeño me aprendieron a decir, en esa “armada” donde siempre picaba la trucha o esa corriente del prado de fulanito que siempre resulta productiva a río lleno. De ver cómo va modificándose el perfil de las orillas o de cómo el rio ha erosionado ese talud que ha desecho la armada. De reencontrarme con el escenario de mi primer coto, de los lluviosos días de abril en el Navia y de aflorar en mi memoria evocaciones de los locales donde expedían los cotos frecuentado por pescadores con las botas Gaviota apoyados en la barra del bar ¡tantos recuerdos! Recuerdos con pátina de añoranza; en cambio la mosca ya lo asocio más a internet. Son muchos años ya de mioqueiro con muchas alegrías y numerosas decepciones. Y todavía los años de mosquero son todavía pocos para tener añoranzas.
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