En la recta final de la temporada en Galicia me divertí y mucho, salvo el borrón del Navia, pero era consciente de que pescar este río era como perseguir una sombra. Buenas capturas tanto en calidad como en tamaño, truchas de un color áureo hermosísimo, fuertes, de las que amenazan con encontrar el punto de rotura del hilo, testando a conciencia la calidad del material y la pericia del pescador. Y todo ello perpetrado en cortos períodos de pesca, tres o tres horas y media a lo sumo y luego diez minutos de viaje y en casa. Sólo puedo poner una pega y es que casi la totalidad de las capturas han sido a ninfa y cebas apenas vi.
Una jornada completa aquí justificaría un viaje de cualquier pescador que se tuviese que desplazar sus buenos kilómetros y a buen seguro, saldría satisfecho. Pero tendemos a minusvalorar aquello que nos es cercano, deslumbrado por los cantos de sirena de lo exótico, de la aventura en territorios ignotos. Siempre lo de fuera es mejor…
Coloqué el wader y botas a secar y para proceder con el primero a reparar los pinchazos producidos durante la temporada; coloqué chaleco en su percha y camisas y demás ropa interior para la lavadora para ya guardar hasta la temporada que viene, máxime cuando por otras causas, me veo obligado a fallar el coto de Sardonedo. Pero una visita curiosa en internet me muestra que hay cotos libres en la cuenta del Órbigo y ¿por qué no una postrera visita?
Y comienza el baile
Como aún tengo días de vacaciones pendientes el lunes 14 o martes 15 es una fecha idónea, además con un poco de suerte las truchas se cebarán y podré pescar con las efémeras del 18 y 20, viendo esa subida de la trucha a la mosca tan particular cuando comen en superficie que nos hace contener la respiración… Decidido, se va a una de esas dos fechas sí o sí.
En estas tribulaciones estaba cuando llamo a Code por otro tema y le comento mi ocurrencia, y a pesar de no verle, noto que también a él se le enciende de repente la vena piscatoria otoñal, ha sentido también la llamada del Órbigo. Me comenta que espere un día antes de seleccionar coto para que pueda intentar disponer también en su trabajo de la jornada libre, y, de conseguirlo, aún no sabe sí será el lunes o el martes, que espere al viernes y me lo dice con certeza. El viernes me llega su whatsapp; el lunes es el día elegido y ese día el coto disponible es Rioseco, que además no está muy solicitado.
Lo que ya no me acordaba es que, en aras de un afán por el cuidado de los ríos y del entorno, nos hacen contribuir con unos 14 euros por coto. Seguro que nos vamos encontrar con los accesos irreprochablemente señalizados, las orillas transitables de manera cómoda, el río limpio y una guardería que nos buscará para controlarnos y nos informará de todos los detalles relativos a la pesca que precisemos. Claro que todos esos lujos tenemos que pagarlos y soportar una subida de tasas de casi el 100% pero con todo lo expuesto anteriormente seguro que compensa pagarlo. No era como antes, ¡y hablo del año pasado!, sin indicadores, ni accesos marcados, orillas intransitables y el río con espumarajos y desagües. Ahora ya será otra cosa acorde al precio.
Lo que hemos variado ha sido la ruta de acceso. En vez de continuar por la autovía A-6 hasta Astorga y luego subir hasta Hospital de Órbigo para luego dirigirnos hacia Rioseco de Tapia decidimos salir de la Autovía en Torre del Bierzo y conducir por la LE-451. Atravesamos tierras altas, montaraces donde reina la jara y con muchos apriscos. Un tibio sol nos acompaña intentando ganar la partida a las nubes. Dejando atrás Quintana del Castillo, la carretera empieza el descenso hacia los valles de los ríos Omaña y Luna que, pronto se unirán a la altura de Llamas de la Ribera para conformar el Órbigo. Sobre esta privilegiada atalaya podemos intuir la magnificencia del paisaje, observando las Omañas, las montañas de Babia y Laciana y al mirar hacia la derecha, la transición de los montes al páramo leones, donde los cauces se hayan encorsetados ahora no por los valles si no por los sotos de ribera. Unas nubes bajas, que no saben si quieren ser niebla o quieren ser lluvia se encuentran por debajo de nosotros. Poco a poco, la sinuosa carretera se adentra en este universo mágico que recuerda los universos de J. R. R. Tolkien, escenario donde desarrollaremos la jornada de pesca
Manos a la obra
Diez y media de la mañana. Dos horas de camino y pasamos el río por su límite inferior y cruzando en Santibañez de Ordás iniciamos la jornada aproximadamente a la altura del tercio inferior del coto hacia arriba.
Al cambiarse comienzan las decisiones. La primera, visto el aspecto amenazante del cielo donde intuimos el sol aunque no lo vemos, será portar el chubasquero toda la jornada. Luego lo siguiente ¿llevo dos cañas o una? Esta moda de portar dos cañas, derivada de la competición, me resulta incómoda. Como hemos venido a disfrutar, llevaré una sola aún a riesgo de perder capturas. Motiva igualmente que, esperando que ceben y disfrutar de una bella jornada a mosca seca, por lo tanto, me decanto por la 9 pies línea cuatro aunque comience pescando con ella a ninfa al hilo, pero me voy apañando.
Code es más pragmático. Ha venido a estrenar su nueva caña Vision de 9 pies y directamente pone la seca, aunque no se ven cebadas. Al segundo lance clavo una buena trucha que corriente abajo se me descuelga y se suelta. Acostumbrado a la flexibilidad de la Flextec, el punto de dureza de la Xp me traiciona. Bajo a un pozo donde consigo picadas y dos capturas, pero trucha pequeña, cuarta escasa. Pesco bajo las paleras y allí es donde están guarecidas, nada de venas de agua, mala señal, como no se coloquen no habrá cebas. Otro pozo y otra captura, no hay más, tampoco es para andar pegando ninfazos con expectativa de éxito y pretendo forzar lo imposible, las cebas, cambiando la bobina del carrete del hilo bicolor por la línea wf del cuatro, y ato cuidadosamente un tricóptero de becada para peinar las sobaqueras de las orillas, sin resultado, bueno sí, la pérdida del trico.
Remonto el río al encuentro de Code, y en un tablón empiezan las cebas. Peces buenos, de porte, al menos así se intuye por las cebadas, pero sin repetir, dispersas, y una configuración del pozo difícil hace que acabe colocando las ninfas, con idéntico resultado. Code se había adelantado y conseguimos un par de capturas al alimón en una pequeña corriente. Visto el éxito que estábamos cosechando decidimos irnos a comer.
Aún puede ser peor
Llegamos al coche y con estupor comprobamos que me había olvidado la comida en mi casa. Eso sí la nevera estaba bien surtida de cerveza fría pero que no saciaría nuestros estómagos. Con las indicaciones de un lugareño nos fuimos al pueblo vecino donde a las tres y pico nos pusieron dos bocatas de filete con queso reglamentarios, con media barra de pan para cada uno, que hizo necesario dos botellines de cerveza para dar cuenta de ello. Y el café ¡qué café! años hacía que no tomaba uno tan rico. Cuatro botellines de cerveza, dos cafés y dos bocatas contundentes por 80 céntimos más que el coto. Las comparaciones son odiosas.
A las cuatro comenzamos de nuevo a pescar por el límite inferior, y salvo un pequeño corro donde se estaban cebando tres truchas no vimos en ningún momento peces comiendo. Si
acaso cebas esporádicas aquí y allá, más salto que ceba, mal síntoma que no invitaba precisamente al optimismo. Sin ningún objetivo fijo a la vista, decido colocar de nuevo las ninfas para conseguir otras dos truchas pequeñas y es que sin cebadas cada vez me resulta más tedioso pescar a seca al agua, prefiero en esos casos las ninfas. Pero ni una cosa ni otra, las truchas no estaban por la labor. Al final llegué a un pequeño pozo formado por un árbol caído, lugar ideal para morar una buena pieza pero el desenlace fue una trucha muy pequeña y a continuación, como demostración tangible de mi pericia, fui capaz de colocar las dos ninfas en la única rama pequeña que asomaba. Ahora sí había concluido la temporada.
El único momento favorable lo hemos vivido cuando ya cambiados comenzó a llover, y a cada minuto que pasaba arreciaba más. Hubiese sido la puntilla cambiarse bajo la lluvia y hacer el viaje de vuelta con la ropa húmeda.
¿Y compensa?
Pues el Órbigo entiendo que sí. Ciento ochenta kilómetros, dos horas de relativamente cómodo viaje entran dentro de lo razonable, máxime cuando ya se encuentra cerrada la temporada en Galicia, justifican la visita a este río. La belleza del entorno y la gama de matices otoñales que adornan las riberas me fascina. Es un amarillo radiante, verdaderamente hermoso, al igual que la librea de las truchas, no tan oceladas como mis truchas gallegas, sino, dibujadas, decoradas que casi me recuerdan los muros de la Alhambra. Me atrevería a decir que me resultan hermosas por su exotismo.
Ahora, todavía ando rumiando los 14 euros. Verdaderamente lo encuentro caro para lo que ofrecen. Un coto o dos a lo sumo podría considerarse un gasto asumible, pero tampoco pensemos que nos vamos a encontrar tramos de ensueño llenos de peces; poco más o menos es como cualquier tramo de los que he pescado sin muerte aquí en Lugo con la diferencia que podré adquirir siete cotos por lo que me cuesta uno allí y no creo que Ombreiro, Pobra o algún que otro tramo disten mucho de Rioseco para que justifique el viaje.
Lo que pasa es que me las pedía el cuerpo y así estoy, algo escocido por el desarrollo de la pesca. Aunque claro, sarna con gusto no pica.